*Entre los espacios colectivos más comunes que brindan atención a las personas adultas mayores se encuentran los establecimientos de asistencia social, los cuales cumplen una función esencial al ofrecer alojamiento, cuidado y apoyo integral
La vivienda es mucho más que un espacio físico, es el lugar donde transcurre gran parte de nuestra vida. Allí encontramos resguardo, comodidad y seguridad, pero también compartimos momentos significativos, donde se fortalecen los lazos familiares y las relaciones afectivas. Es, en esencia, el entorno que sostiene nuestro bienestar físico, emocional y social (OACNUDH, 2009; ONU-Hábitat, 2019; INAPAM, 2024).
A lo largo del curso de vida, la vivienda va adquiriendo nuevos significados. En la vejez, cobra un valor especial, ya que el bienestar y la salud dependen en gran medida del entorno donde se habita. Una casa segura, accesible y cómoda puede ser una gran aliada para mantener la autonomía y la participación; en cambio, una vivienda con barreras o riesgos puede dificultar las actividades cotidianas (Peace, 2013; Rowles & Bernard, 2013).
Desde un plano normativo, la vivienda es reconocida como un derecho humano fundamental. En México, la Constitución Política establece el derecho de toda persona a una vivienda digna y decorosa (1917, Art. 4), mientras que leyes específicas como la Ley de Vivienda (2006) y la Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores (2002) refuerzan esta garantía mediante programas, créditos y apoyos para su adaptación.
A nivel internacional, instrumentos como la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948, Art. 25), el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966), la Agenda 2030 (2015, ODS 11) y la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores (2015, Art. 24) subrayan la obligación de los Estados de asegurar viviendas seguras, accesibles y adecuadas para todas las personas, especialmente para quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad.
Características de las viviendas
En nuestro país, según el Censo de Población y Vivienda 2020, 1 de cada 3 viviendas alberga al menos a una persona adulta mayor. En la mayoría de los casos, alrededor del 84% de las personas de 60 años y más vive en una casa propia, y cuenta con escrituras o título de propiedad que acreditan su tenencia.
Para muchas personas mayores, la vivienda representa el fruto de toda una vida de esfuerzo. Cerca del 35% mandó construir su casa, un 27% la compró, otro 26% la autoconstruyó con apoyo familiar, y el restante 12% la obtuvo por herencia, programas de apoyo gubernamental u otras vías.
En cuanto a las condiciones físicas, al menos 8 de cada10 viviendas están edificadas con materiales resistentes, como paredes de tabique, techos de losa o viguetas con bovedilla y pisos firmes. Además, la mayoría cuenta con servicios básicos como electricidad, agua potable y drenaje. No obstante, aún persisten desafíos relacionados con la accesibilidad, el diseño y la seguridad de los espacios, aspectos fundamentales para prevenir accidentes y promover la autonomía de las personas adultas mayores (INEGI, 2020a; INAPAM, 2024).
Tipos de hogares y arreglos familiares
Los hogares son la unidad mínima dentro de una vivienda y congregan a las personas que residen habitualmente en ella, estén o no unidas por lazos de parentesco. Su tamaño y composición reflejan los cambios sociales y demográficos que ha experimentado nuestro país en las últimas décadas, como la disminución de la fecundidad, el aumento de la esperanza de vida, el envejecimiento poblacional y la participación de las mujeres en el mercado laboral.
El envejecimiento de la población ha impulsado nuevas formas de convivencia. Hoy es común que las personas adultas mayores compartan el hogar con sus hijas o hijos, vivan solas, cuiden de menores o residan únicamente con su pareja. También existen hogares sin parentesco o formados por personas del mismo sexo.
En 2020, la mayoría de los hogares con presencia de personas adultas mayores estaba encabezada por alguien de 60 años o más, principalmente hombres. El tamaño promedio del hogar era de 3.4 integrantes. Del total, el 82% correspondía a hogares familiares de tipo nuclear o ampliado, el 1.2% a hogares compuestos, el 16.8% a hogares unipersonales, lo que equivale a 1.8 millones de personas de 60 años o más viviendo solas, y solo el 0.1% hogares de corresidentes, formados por dos o más integrantes sin parentesco.
Cuando el hogar es colectivo
En 2020, México registró más de 14 mil viviendas colectivas, espacios destinados a ofrecer alojamiento a diversas personas que comparten normas de convivencia por motivos de salud, educación, trabajo o asistencia social. En este grupo se incluyen casas hogar, albergues, conventos, seminarios, centros de rehabilitación, internados escolares, hoteles, entre otros (INEGI, 2020a y 2020b).
Entre los espacios colectivos más comunes que brindan atención a las personas adultas mayores se encuentran los establecimientos de asistencia social, los cuales cumplen una función esencial al ofrecer alojamiento, cuidado y apoyo integral. Su labor contribuye al bienestar físico, emocional y social de quienes los habitan. En este grupo destacan las casas hogar para personas mayores, los centros de rehabilitación, las residencias para personas con discapacidad o trastornos mentales, así como los albergues y dormitorios públicos que atienden a personas en situación de calle (INEGI, 2020b; INAPAM, 2024).
Reflexión final: Hacia entornos más amigables con la edad
Garantizar el derecho a una vivienda digna, adecuada y adaptada no es solo una cuestión de infraestructura, sino un compromiso con los derechos humanos, la equidad y el bienestar. A medida que México envejece, es fundamental crear hogares y comunidades que cuiden y fomenten la capacidad funcional de las personas mayores.
Desde el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM) se subraya la importancia de escuchar las voces de las personas mayores para diseñar entornos que realmente respondan a sus necesidades y aspiraciones. Las viviendas deben ser bien planificadas y adaptables, pensadas para todas las etapas de la vida, es decir, verdaderos “hogares para toda la vida”.
Esto implica que los espacios sean seguros, funcionales y de bajo mantenimiento, con acceso a áreas verdes, transporte, servicios y comunidades seguras, además de ofrecer información y orientación confiable sobre las opciones de vivienda y los apoyos disponibles para continuar viviendo en el propio hogar.
En suma, avanzar hacia entornos amigables con la edad significa poner a las personas mayores en el centro del diseño de las políticas, los espacios y las decisiones, para que cada hogar siga siendo un lugar donde vivir con dignidad, autonomía y bienestar.
