Nuevo liderazgo: La arquitectura de seguridad en el océano Pacífico experimenta una transformación sin precedentes en la última década, consolidando lo que hoy se denomina una nueva fuerza naval binacional que cambió el orden establecido después de la Segunda Guerra Mundial. No se trata de una coincidencia de intereses, sino de una integración profunda entre Rusia y China que desplazó el centro de gravedad del poder marítimo hacia el Este.
Esta nueva fuerza no actúa bajo un tratado de defensa formal al estilo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), pero sus patrullas conjuntas, que ya alcanzan las costas de Alaska y recorren el Mar de Japón, funcionan como un bloque sólido de disuasión. Sus recientes ejercicios demuestran que ambas naciones decidieron que el control del Pacífico ya no es una prerrogativa exclusiva de la flota occidental al fijar un espacio de seguridad que obliga al rediseño de los mapas estratégicos del siglo XXI.
Balanza: El poderío naval de Beijing y Moscú, cuando se analiza de manera conjunta, presenta una combinación letal de masa y tecnología disruptiva. Por un lado, China ostenta actualmente la flota más grande del mundo en términos numéricos, con más de 750 buques de guerra y una capacidad de construcción naval en sus astilleros de Shanghái y Dalian que supera con creces la producción combinada de las potencias occidentales.
Sus destructores Tipo 055 y sus portaaviones de última generación, como el Fujian, ya son el salto hacia una marina de aguas azules capaz de proyectar poder lejos de sus costas. Respecto a Rusia aporta un activo inigualable en la guerra submarina y una ventaja tecnológica en misiles hipersónicos, como los Tsirkon, que son prácticamente indetectables para los actuales sistemas de defensa. Mientras Beijing ofrece la superficie y el volumen, Moscú garantiza el dominio de las profundidades y la capacidad de ataque asimétrico, creando un binomio que neutraliza las ventajas tradicionales de sus competidores.
Objetivo: Al frente de estas imponentes maquinarias bélicas resalta una prioridad estratégica de sus respectivos gobiernos hacia la modernización .Así la Armada de la Federación Rusa está bajo el mando del almirante Alexander Moiséyev, un oficial con una vasta experiencia en submarinos de propulsión nuclear y quien fuera anteriormente el comandante de la Flota del Norte cuyo nombramiento fue oficializado a principios de 2024 y responde a la necesidad de revitalizar el mando naval en un contexto de alta tensión global.
En el otro frente, la Armada del Ejército Popular de Liberación de China es dirigida por el almirante Hu Zhongming, quien asumió el cargo a finales de 2023 y es especialista en operaciones submarinas de alto riesgo y veterano de las primeras misiones de circunnavegación global chinas. Que ambos comandantes provengan del arma submarina no es casualidad; indica un enfoque compartido en la invisibilidad, la sorpresa y la capacidad de negar el acceso a vastas extensiones oceánicas a cualquier fuerza enemiga.
La certeza de estas fuerzas no reside solo en su acero, sino en sus sofisticados órganos de inteligencia naval, que operan bajo doctrinas de fusión civil-militar y guerra de información. En el caso ruso, la inteligencia naval se articula a través del Directorio Principal de Inteligencia (GRU) y servicios especializados que gestionan una vasta red de sensores acústicos submarinos y buques de investigación oceanográfica que, en la práctica, manejan cables de comunicación submarinos y vulnerabilidad de infraestructura del adversario, mientras China, por su parte, utiliza una estrategia de «inteligencia total» donde la flota pesquera y la marina mercante actúan como ojos y oídos constantes, integrando datos en tiempo real con sus constelaciones de satélites de reconocimiento militar.
Esta estructura de inteligencia permite a ambos países coordinar movimientos en el Pacífico con una precisión quirúrgica, detectando movimientos de flotas extranjeras mucho antes de que estas entren en sus zonas de exclusión, asegurando que la nueva fuerza naval siempre mantenga la iniciativa táctica en el tablero geopolítico.
